sábado, 17 de julio de 2010

NUESTRA HERMANA MUERTE

Hace una semana escribía a las cinco de la mañana, sentada en la mesa del jardín esperando no sabía muy bien a qué. No tenía muchas ganas, pero había que pasar el tiempo de alguna forma. Cuando terminé la entrada apagué el ordenador. Demasiado esfuerzo mental para mis pobres neuronas agotadas.
Esperaba a que amaneciera, esperaba a que llegara un nuevo día, que todos intuíamos que íba a ser muy diferente a los demás.
Y así fue. Amaneció, llegó el mediodía, después la tarde y luego la noche.
Todo íba cambiando demasiado deprisa. Mucho más deprisa de lo que permitían las manillas del reloj.
La muerte se íba anunciando. Se íba instalando en esta casa, en este jardín.
Y llegó.
A pesar del daño que sabíamos que nos íba a hacer, no permitimos que nos arrebatara la serenidad. La paz que da saber que estamos en manos de Dios. La tranquilidad que da saber que si Dios permite esto sus razones tendrá, aunque a nosotros se nos antojen incomprensibles.
Esa serenidad que Carlos supo mantener hasta su último aliento. Esas palabras que nos transmitió y que se grabaron en el corazón y en el alma de todos y cada uno de los que estábamos a su alrededor.
Demasiados sentimientos, demasiadas emociones para intentar ahora resumirlas en unas cuantas líneas.

2 comentarios:

  1. ¡¡¡GRACIAS!!!
    Mil gracias por esta entrada y por el testimonio que me has "dejado" gustar en este tiempo (y ahora), no te imaginas cómo me ayuda.
    Rosa, unidas en el Señor

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  2. Gracias a tí Patricia. Un abrazo muy muy fuerte. Ánimo, tú lo conseguirás.

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