miércoles, 8 de octubre de 2008

POR QUÉ LOS OLVIDAMOS EN NUESTRAS ORACIONES

Este verano leí un libro que os recomiendo. Se llama "Un cura se confiesa". El autor, Martín Descalzo, cuenta su último año de Seminario, su Ordenación y la primera Misa. Es un libro muy ameno. Este escritor lo es. Escribe muy para el pueblo llano, para los que no entendemos nada de teología, pero que tenemos ciertas inquietudes por aprender.

Os quiero poner alguna frase del libro para que os entre el gusanillo y lo leáis. No sabía cúal elegir. Me he decidido por lo que piensa en el momento de la unción del óleo en sus manos.

"Fue, - y debo decirlo y repetirlo siempre - el momento más lleno de mi vida, el momento en que comprendí el mundo, la razón de las cosas, el meollo de la existencia misma. Todo tomaba de repente sentido en torno mío. Me estrujaba las manos con cariño. Y no pude dudar ni un segundo que eran manos de Cristo"

Cuando terminé de leer el libro, pensé en la felicidad de este hombre. Pero también pensé en los momentos duros que le quedaban por delante. También he leido uno de los artículos que escribió poco antes de morir, y efectivamente hace alusión a esos momentos.

¿os habéis parado a pensar alguna vez en las veces que le decimos a un sacerdote que rece por nosotros, pero las pocas que rezamos por ellos? ¿en las veces que les contamos nuestras penas, pero las pocas veces que escuchamos las suyas?¿en la intransigencia de la sociedad ante un error de un sacerdote? ¿cuántas veces nos quejamos de lo tedioso o aburrido que resulta un sacerdote en concreto? ¿nos hemos parado a pensar que ya es mayor, o que tiene demasiada carga a sus espaldas?.

Yo lo siento, no estoy de acuerdo con la expresión "vives como un cura". Me molesta cuando la escucho. Creo que los sacerdotes, y en general todos los consagrados, merecen todo nuestro respeto y admiración.

¡Oh Jesús!
Te ruego por tus fieles y fervorosos sacerdotes,
por tus sacerdotes tibios e infieles,
por tus sacerdotes que trabajan cerca o en lejanas misiones,
por tus sacerdotes que sufren tentación,
por tus sacerdotes que sufren soledad y desolación,
por tus jóvenes sacerdotes,
por tus sacerdotes ancianos,
por tus sacerdotes enfermos,
por tus sacerdotes agonizantes
por los que padecen en el purgatorio.
Pero sobre todo, te encomiendo a los sacerdotes que me son más queridos,
al sacerdote que me bautizó,
al que me absolvió de mis pecados,
a los sacerdotes a cuyas Misas he asistido y que me dieron tu Cuerpo y Sangre en la Sagrada Comunión,
a los sacerdotes que me enseñaron e instruyeron, me alentaron y aconsejaron,
a todos los sacerdotes a quienes me liga una deuda de gratitud,
especialmente a...

¡Oh Jesús, guárdalos a todos junto a tu Corazón y concédeles abundantes bendiciones en el tiempo y en la eternidad!
Amén

Santa Teresa de Lisieux
Bueno, esta noche me acuesto tranquila porque al menos todos los que habéis leido esto, ya habéis rezado por los sacerdotes. Seguro que en los puntos suspensivos, cada uno de vosotros ha pensado en un nombre, o mejor, en más de uno.

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